la opinión musical de Litoscar

Monday, November 26, 2007

Dar Milanés, Dar Páez

Ahora que tan de moda se prestan los duetos en los conciertos, le tocó turno a Fito Páez y Pablo Milanés. No podemos hacernos de la vista gorda con los comparativos. A unos días de que Sabina y Serrat cerraran el festival Revueltas en Durango, Páez y Milanés hicieron lo propio en Saltillo, Coahuila, el 31 de octubre. Y tampoco nos están prohibidas las inclinaciones de balanza, pero más allá de ocupar lugar en la tribuna, con el temor de ganarme más enemigos de los que ya poseo, como si de parejas de delanteros se tratara, debo puntualizar que la pareja de Páez y Milanes se acercaron más a la denominación dúo dinámico.

Decía, no sin algo de morbo y necedad, que los paralelismos se ponen a la orden. Alguien opinará que vienen bien, otro que viene mal. Pero, retrocediendo en el tiempo recordamos aquella toma de posiciones que hicieron Víctor Manuel y Milanés, y por obligación, of all people, la protagonizada por Sabina y Páez. Aquel amorío catastrófico que en la portada del disco representara a cada uno de los gañanes con un salero y un pimentero. Pues bien, Sabina después de romper con Fito le puso los cuernos con Serrat, por su parte Fito se los ha puesto con cuanta gente ha podido, Fabiana Cantilo (en el disco Inconsciente colectivo), El Negro Rada y finalmente con Milanés.

A las ocho de la noche del pasado miércoles en la plaza de armas de Saltillo, comenzó la presentación a cargo del argentino. Con un look opuesto –vestido por completo de traje blanco con una playera roja– al de su gira “Naturaleza sangre”, que hiciera tierra en Chihuahua en el 2006, Páez salió a escena por completo de negro, traje por supuesto, con un suéter de cuello de tortuga rojo. Contraria a su visita a Chihuahua, en el inter entre las dos presentaciones se presentó en Monterrey y el D. F., en esta ocasión no lo acompañó su banda. Una lástima en verdad, pues hubiera sido gratificante ver al bajista Guillermo Vadala y su guitarrista Gonzalo Aloras. En su lugar Fito ejecutó todo al piano, un piano negro media cola en medio del escenario. Comenzó con algunos temas de su nuevo disco, Rodolfo, en honor a sí mismo.

Después continuó con temas de su discografía, lo que más cautivó la atención del público fue la calidad de la interpretación Páez, y la variación de las versiones. En todas había una devoción por atacar el teclado, por imprimirle un dramatismo que algunas de las originales no poseen. Mariposa teknicolor, Un vestido y un amor, Al lado del camino, Cable a tierra, sólo hizo una pausa para tomar la guitarra eléctrica y hacer una versión rabiosa de Ciudad de pobre corazones. El punto más elevado de la intervención de Páez, a todo volumen, distorsionado, hiriente, a grito salvaje.

Después de un receso de quince minutos, tiempo suficiente para que removieran el piano y los técnicos adecuaran el escenario, subió el grupo de Milanés. Al igual que Páez introdujo a la audiencia temas poco conocidos, que aclaró el mismo Pablo, eran inéditos y formarían parte de su siguiente disco que tentativamente se llamaría “Nostalgias”. Entonces se sucedió un bajón en la intensidad del concierto. Fito había dejado al público prendido, y la intro de Pablo, era de suponerse, nadie conocía las canciones, desinfló los ánimos rocanroleros. Todo apuntaba que a partir de ese momento todo se iría a pique. A pesar de eso, la gente no abandonó la abarrotada plaza. Sólo unas doce personas dejaron sus asientos. Pero qué equivocados estaban, en cuanto Pablo cantó los temas conocidos, el show no hizo otra cosa si no mejorar. Además que existía la amenaza de que Páez regresaría para cerrar junto a Milanés.

Desde el principio, de Páez y del turno de Milanés, algo sobresalió en el concierto, la calidad y el buen estado de las voces de ambos. Contrarias a las voces ofrecidas por la gira de Sabina y Serrat. Lo más destacado de Pablo fue su saxofonista, cubano, como todo su grupo, complementado por dos tecladistas, baterista y percusiones. Bastaron los primeros acordes de Yolanda para que la plaza entera se entregara a Milanés. Contrario a lo que sucede con otros artistas, no fue la popularidad, el éxito comprobado o la cursilería lo que provocaron que el público se entregara a Milanés. Fue la emotividad de la ocasión, y el excelente sonido que salía de las bocinas. Por momentos la banda aturdía, pero a pesar del volumen ensordecedor jamás lograron situarse por encima de la voz de Pablo.

La promesa se cumplió, Páez subió al escenario para acompañar a Pablo en un tema del mismo Fito: Vengo a ofrecerte mi corazón. La banda los dejó solos y acompañados por el teclado del mismo Páez, cantaron de una manera que ni Sabina ni Serrat conseguirían con diez cigarros menos. La banda regresó para concluir con El breve espacio que mostró un duelo de voces con un Milanés sentado y un Fito de pie en el centro del escenario.

Ingrato deber contraje contigo lector, que debo decirlo: de las dos parejas la mejor fue la de Páez y Milanés, un espectáculo que no incluía pantallas de plasma, pero que demostró que lo verdaderamente importante es la música. Con el plus de cinco minutos de fuegos artificiales que salieron disparados de la azotea del Instituto Coahuilense de Cultura.

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