la opinión musical de Litoscar

Friday, June 22, 2007

No la chiflen ques cantada: El Sonidero Nacional del Sr. Gómez


Gerson Gomez
Open Book
Conarte, 2006
Col. Cuadernos de Santa N.2
Gerson Gómez tiene el Blues. Yeah. También conocido como Nuestro GG, el matador salta al ruedo con el tercero de la tarde. Un novillo de doscientos cincuenta kilos de la ganadería de Nuevo León, bautizado con el nombre de Open Book. Al leer este libro, es imposible no pensar en Pedro Juan Gutiérrez, en las andanzas del cubano autor de Animal Tropical por la Habana. Mr. Gómez guarda un rasgo que lo identifica con el caribeño: Nuestro GG es un animal tropicalísimo, guapachoso. Que se pasea por Monterrey, croniquea la vida nocturna y tropicosa y se la rola al ritmo del Sonidero Nacional por lugares como el Güichos, uno de los bares gays más reputados de la ciudad, o por la ya mítica y cimentadora de una nueva mitología calle de Villagrán, sitio en el que se sitúa el no menos catedralicio teibol Infinito.
Open Book es sinónimo de Open City. Aquí la urbe se caricaturiza, se vuelve envoltura de regalo, se convierte en los colmillos de plástico de un metafísico chiquidracula que busca amarrase todos los sixes de Tecate de 16 onzas que sean afanables para guapear por las calles. Pero fracasa, el down town se lo traga, a gritos y sombrerazos, a guitarrazos de mariachi, a silbatazos de samba, a costalazos de luchador de la Coliseo. Y al final que nos queda, este Open Bar que suena como un corrido, como el vals de una quinceañera, como una novia vestida y alborotada. Y es que retratar Monterrey es difícil, se mueve mucho, ya casi nunca sale en las fotos. Apenas si se le alcanza a ver un pie, un antebrazo. Y sin embargo, Mr. Gómez consigue meter el gol en el último minuto de compensación. Pero la ciudad es un árbitro vendido, corrompido por el dinero y le anulan el gol. Y como dicen, también de dolor se canta, también se celebra la derrota y nos deja esta porra sinfónica de la cascarita, de la chaquetita en la mañana, del Ay, dolor, ya me volviste a dar.
Emociones baratas, hoteles baratos y bares módicos son el escenario de estas narraciones. Al dictado de la cerveza barata, tan barata como el costo de un Tecate en El Charro en lunes: 10 pesos, las tajadas de realidad se superponen unas a otras con el pretexto de la celebración de la realidad. En la que en un día llueve, el siguiente hace un calor insoportable, otro nos depara una noche en el que debemos esquivar a la antialcohólica.
El libro abunda en humor. Humor de carnicería, en humor de la central de abastos, de tarde en el estadio. Por tal motivo, Open Book es el acompañante perfecto para matar las horas muertas en las filas del Seguro Social, en el viaje en el camión o para las necesidades imperiosas de recurrir a un baño público. Cada anécdota desborda mantequilla, como el caballo pedorro del corrido matón de Luis y Julián. Pero mantequilla de la buena, Primavera, suelta el penco sobre sus páginas mientras respira con violencia.
Lo mejor se encuentra en los textos Aún huele a leche mi cabello, Cacofonías y Más tocada que una canción de los Alegres de Terán. En el primero encontramos al Gerson Gómez más experimental. No emplea ni puntos ni comas, las transiciones las resuelve todas con los dos puntos. La fluidez que consigue es la misma de las galletas saladas al entrar en esos platillos de sopa fría con crema y jamón picado que sirven en las bodas de los narcos. El tratamiento que recibe esta estampa que abre el volumen es el de una querida: rítmico y acompasado. El resultado es un cuento de antología, que consigue causarnos una buena primera impresión y gancharnos para adentrarnos sin reservas en la totalidad del contenido.
El segundo, denominado Cacofonías, es el mejor resuelto en cuanto a estructura. La pieza mejor construida del grueso de las aventuras. Con un lenguaje plenamente coloquial se describe los avatares de un cholo frente a la muerte de uno de los miembros de su pandilla ajusticiado por la banda de los Dragones. Al final, el capítulo se redondea de manera perfecta y consigue un efecto digno de un cuanto tradicional, a la manera de Allan Poe.
Ya con esta se despide, me refiero así a Más tocada que una canción de los Alegres de Terán porque es el debraye que cierra el Open Book. El suspiro último, que se nos ofrece como borrego asado. La love story entre Juan y la Vaquerita, Juany. Un charrito montaperros y la cowgirl, que no aspira a la sofistoxicación de Shania Twain. Y como la raza maguacatera viven su idilio a la salida del Far West con música incidental del Viejo Paulino.
Gerson Gómez tiene el Blues. Tiene el filin para ponerle mucha crema a sus tacos estilísticos, para ponerle mucha mostaza a su hog dog narrativo, para embarrarse hasta los bigotes de las Salsas del Primo. Es un consagrado. No tan famoso como Carlos Fuentes. Un consagrado del estilo. En sólo tres libros ha conseguido para su prosa un charm etílico. En la contraportada del libro yo hubiera escrito: ‘Un niño prodigio del vicio y la desgracia’. Pero su libro-ciudad también adquiere un significado, un peso posmoderno, que se desboca y se amorata. La city se transforma en esa chica alborotada de la canción, que está un poquito alocada. Es una chica alborotada que nunca cambiará.

Thursday, June 14, 2007

Tristessa: la reinvención del dolor









Jack Kerouac

Tristessa

Mondadori, 2007






Para Rogelio Garza




Gran parte de la obra de Jack Kerouac fue escrita bajo el primer precepto budista: todo es sufrimiento. La historia fundacional de la generación beat* está marcada por el dolor. La madre de Allen Ginsberg fue cliente habitual de un hospital psiquiátrico, lo que llevó al mismo Allen a pasar una temporada bajo observación en el manicomio; William Burroughs asesinó a su esposa, de manera accidental o no; y en su infancia Jack Kerouac sufrió la perdida de su hermano Gerard. Su prematuro enfrentamiento con la muerte lo orilló a abrazar una religiosidad obsesiva. Además de ampararse en la espiritualidad, Jack buscó refugio en el jazz, en las drogas, en las visiones y en México.
Desde siempre, lo mexicano fue una fuente de inspiración para Kerouac. Una visión que compartió con varios miembros de su generación. Contrario a lo que se podría suponer, su admiración por el país no está fundamentada sólo en el exotismo. Que la novela Tristessa se desarrolle en México, sugiere no una mitificación del territorio, sino de la obra del escritor. Es un intento por representar un templo con un gran espacio urbano, por dotar su trabajo de una consecuencia mística de primera mano, aunque eso implique exponer el carácter salvaje y dogmático del tercer mundo. Algo que su propia nación no podía ofrecerle. Para ello eligió a Esperanza Villanueva, a quién rebautizó con el nombre de Tristessa, una junky digna de la melancolía de Agustín Lara, como representante del dolor supremo en la tierra.
La novela ofrece variadas lecturas. Una de ellas es una posible analogía con John Coltrane. Aunque a menudo Kerouac es equiparado con uno de los padres inventores del bop, Charley Parker, por su técnica escritural equivalente al fraseo del jazz, comparte con el primero un aspecto singular respecto a las obras. Catalogado como el bopper más virulento de su época, Coltrane se tomó un descanso del free-jazz para crear tres discos melancólicos, románticos y llenos de baladas. A Kerouac no se le atacó con la misma crítica, pero hizo un alto para arrojar tres historias de amor: Maggie Cassady retrata el primer amor. Los subterráneos está muy cercana a lo fashion, a lo que después se convertiría en una versión hollywoodense de la malditez. Pero ninguna tan desoladora como Tristessa. Un espacio distinto, un interior distinto, diferencian a este trago amargo de novelas experimentalísimas como Visones de Cody, o iniciáticas, generacionales y entusiastas como En el camino. De entre las novelas de Jack, sólo Big Sur es más deprimente. Hermosa de tan amarga.
Otra lectura es que por primera vez un texto de Kerouac es protagonizado por una mujer. Si bien Maggie Cassady es la historia de un amor, y en Los Subterráneos Mardou Fox juega un rol importante, no es sino a Tristessa a quien Jack se entrega sin reservas y fervorosamente, pues la venera no como mujer tanto como a una reencarnación de la Virgen María. Aunado a esto, se trata de un personaje que no pertenece al círculo ni literario, ni emocional de la generación beat. Es decir que Jack no se encuentra de pie sobre una superficie segura, la que siempre lo ha alimentado y alentado. Existe una necesidad por exponerse, por trasladarse y tomar riesgos. Esta conciencia del riesgo que lo llevó por primera vez a México, que lo inspiró a su primer fallido viaje, antes de recorrer parte del mundo. Por aceptar que ni aunque volviera a nacer, llegaría a ser ni siquiera la sombra de Esperanza Villanueva.
En contradicción con otras novelas como Ángeles de la desolación, que en el título anuncia el ánimo de la obra, en la que Jack sube a las montañas durante meses y en su búsqueda del Nirvana permanece en absoluta soledad, Tristessa es la más desesperanzadora y fin de siglo de sus andanzas. Resulta inquietante que ni en medio de la apabullante naturaleza se haya sentido tan acabado como en México. Y aunque en sus obras retrata a personajes delictivos de baja estofa, ningunos tan supervivientes, desprejuiciado y determinados, lo que hace de Tristessa su novela más malandra. Y así mismo, paradójicamente es la más cercana a la epifanía. El intercambio entre las emociones de Jack y la protagonista parece dictado específicamente por un ley divina. En cada momento de la historia parece que se va a suceder la ascensión. Particularmente en la escena en que Kerouac se encuentra en un cuarto de vecindad junto a Cruz, convaleciente en cama, hermana de su heroína, El Indio, un díler adicto y un gallo, una paloma y una gallina. Un cuadro disparatado que refuerza el carácter surrealista y onírico de México y que a su vez parece el sketch sombrío de una película de los hermanos Marx.
Aunque casi toda la creación de Kerouac gira en torno al relato autobiográfico, Tristessa es una de sus obras más personales. Pues no se disfraza así mismo ni como Sal Paradise ni como Leo Percepied ni Ti Jean ni Jack Duluoz, es Jack simplemente. El autor del libro de poemas Mexico City Blues, un clásico de la literatura, que escribió por las visiones que le inspiraba México al ritmo del jazz del Distrito Federal. Ayudado por la morfina, a tope entre la escritura de su novela y los poemas en un cuarto de azotea. Jack pertenece a esa estirpe que utilizaba la droga como lo hacían los jazzistas, para hablar con dios a través de su instrumento. Mucho antes de que drogarse se convirtiera en un estilo de vida.
La vida es dolor. Es en este tenor en el que se desarrolla la historia. En el que Tristessa es representada como un antepasado de los adoradores de la Santa Muerte. Con un Kerouac que trata de huir a toda costa del pecado. Auxiliado por la mariguana, la morfina, las anfetaminas, el whiskey Juárez y las peroratas de Old Bull, un junky roba abrigos. A la espera de que Tristessa consiga uno, dos, diez gramos de droga para inyectarse y al final precipitarse hacia la enfermedad a base de la digitación de la aguja, como lo hiciera el mismísimo Charley Parker.











*Me refiero exclusivamente a lo que Barry Gifford denomina como generación beat: un movimiento literario conformado por tres miembros. Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William Burroughs.