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Friday, January 25, 2008

La dosis sudamericana



Si intentáramos establecer un prototipo del escritor del futuro, sin duda la lista la encabezaría William Burroughs. Homosexual y adicto a la heroína. Un hombre que no trabajaba estrictamente con la materia literaria. Sus conocimientos abarcan una variedad de disciplinas tan distintas como impactantes. Su obra abunda en tópicos como la medicina, las adicciones, las relaciones sexuales psíquicas, la manipulación subliminal, el extermino del pensamiento racional, los alienígenas, etc., y sobre todo acerca del control que ejerce el gobierno sobre sus ciudadanos.

Las cartas de la ayahuasca, o del yagé, es un libro que nace del dolor. Como casi toda la obra primeriza de Burroughs, el dolor aquí presente es intuitivo, primigenio, impulsado por la pérdida. Un entramado maligno que perseguiría al escritor durante toda su vida. No el dolor científico y cerebral que desarrollaría en obras posteriores como La máquina blanda o El ticket que explotó. El dolor original que le produciría asesinar a su esposa, se extendería a la muerte de su hijo por sobredosis, William Burroughs Jr., también escritor y adicto a la heroína como su padre, hasta la pérdida de Allen Ginsberg, el poeta beat del que estuvo enamorado toda la vida.

Después de asesinar de manera accidental o no a su esposa Joan, y atravesar un proceso judicial corrupto, burocrático y leonino en la Ciudad de México, del cual escapó impunemente, Burroughs viajó a Sudamérica en busca de la planta alucinógena yagé. Según la mitología del control, a la cuál era adepto, la ayahuasca, utilizada principalmente por chamanes, producía una experiencia telepática. A su búsqueda la denominó la dosis definitiva. Al parecer su episodio con la muerte le había resultado aburrido, para compensar, decidió que necesitaba una experiencia total, reveladora. Pero, si la muerte no te puede proporcionar esa necesidad, posiblemente nada podrá. Para un adicto como William, que lo había probado todo, ¿qué otra cosa podría resultar significativa que no fuera su propia muerte?

El proceso que sufrió Burroughs para convertirse en escritor es único en la historia. Borges era un descreído de la juventud. Afirmaba que la mayoría de los escritores jóvenes son arcaicos. Buscan desesperadamente ser modernos. Para Borges se trata de una contradicción, porque inevitablemente somos modernos, contemporáneos. Realizar una búsqueda de la modernidad es inane. Burroughs se salva por completo de esa definición. Comenzó a escribir después de cumplir los cuarenta años. Jamás se interesó por el territorio de la niñez o de la adolescencia. John Cheever comienza sus Diarios con la siguiente frase: “En la madurez hay misterio, hay confusión”. Ambos son autores que como literatos nacieron de pie en el mundo adulto.

Una vez tomado en cuenta este precedente, de un Burroughs sin nostalgia por el pasado infantil-juvenil, el siguiente paso en la conversión de adicto a escritor, es el impacto que le causó la muerte de Joan. Tratada abundantemente en su novela Yonqui. Pero esta obra no sería suficiente para que su autor superara el suceso. Después vendría Marica y Las cartas de la ayahuasca. Este último la correspondencia sostenida entre Burroughs y Ginsberg en sus respectivas andanzas sudamericanas en la ubicación del yagé. Aunque el libro está firmado por los dos, el móvil son las obsesiones burroughsianas, al que el poeta llegó por contaminación, con una visión más orientalista y folky que la alegórica y definitoria perseguida por el novelista. De la totalidad de epístolas que incluye el libro, sólo dos son autoría de Ginsberg.

Borges, el gran descreído, tampoco confiaba en la estética. Doto a su creación de un lenguaje universal, al eliminarle todos los argentinismos o giros lingüísticos que se suscribieran a una región, con el fin de que el texto llegará lo más puro posible a cualquier lector del castellano. Burroughs persigue el mismo fin, sólo que en inglés. El primer Burroughs, quiero decir. El más convencional, el que se encuentra en Yonqui, en Marica y en Las cartas de la ayahuasca. Que maneja un estilo seco, duro. En contraste con el experimentador del cut-up en que se convertiría después.

La droga, para Burroughs era una causa. Sin embargo, durante toda su vida luchó por renunciar a ella. Cualquier persona que haya sido adicto a una sustancia o a un alcaloide emplea parte de su vida y de su tiempo en tratar de renunciar al consumo. Quien diga que no miente. Burroughs tuvo sus primeros sacudidones con la heroína en 1944 o 1945, para cuando se lanza a la expedición por el yagé había padecido un periodo de yonqui de alrededor de ocho años, indicio de que sus intenciones eran desarrollar una conciencia psíquica más profunda.

No deja de resultar significativo que después de ese periodo como heroinómano sintiera el violento impulso de una vivencia extrema que lo alejara para siempre de la droga. No resultó. Toda su vida osciló entre el influjo y el no influjo de la heroína. De alguna manera toda su obra está afectada por la droga, por la influencia o la no influencia de ella. Finalmente se rindió y fue un adicto casi toda su existencia. Aspecto que le garantizó la longevidad, moriría en 1997, a los 83 años de edad. Tal vez ayudado por la depresión que le causó la muerte de Allen Ginsberg unos meses antes.

Uno de los componentes que hacen de Las cartas de la ayahuasca un documento interesante es la relación de Burroughs con el mundo natural. Sobra decir que el del escritor era un universo químico. No por eso se resistió a probar gran cantidad de plantas. Entre ellas la mariguana. A la cuál le fue fiel. Incluso la cosechó. Pero imagino que le resultaba más un hábito que una verdadera adicción. Jamás experimentaría síndrome de abstinencia mental por falta de yerba. Para un heroinómano-morfinómano la mariguana debe ser un juego de damas chinas. Con el agente con quien jamás pudo instaurar una relación fue con el peyote. Burrough lo ingirió y le pareció repugnante. Jamás pudo conectar con la cosmogonía huichola. Según algunos textos especializados, la ayahuasca produce casi las mismas reacciones que la ingesta de peyote. ¿A qué se debía que el autor tuviera fe en la ayahuasca? Imposible determinarlo. Una teoría valida sería la concerniente a los poderes telepáticos.

En 1953, año en que arranca de manera oficial su escrutinio de la selva Colombiana y Peruana en busca de ayahuasca, Burroughs había sobrevivido a dos sobredosis de heroína. Había asesinado a su esposa, sido encarcelado y sostenido más de 500 relaciones homosexuales. Aún faltaban seis años para que publicara El almuerzo desnudo. Un libro que irrumpió con fuerza cáustica en la literatura como hacía tiempo no ocurría, para ser precisos, desde Trópico de Cáncer de Henry Miller. Mientras tanto, nos legó estas cartas de la desesperación, del dolor, de la confusión, de la huida. Cartas de existencialismo extraterrestre. Textos confeccionados desde zonas marginales, hechos por un Burroughs que no cesaba de quejarse que jamás había tenido un reloj que funcionara.



Las cartas de la ayahuasca
William Burroughs / Allen Ginsberg
Anagrama, 2006