la opinión musical de Litoscar

Monday, November 26, 2007

El sonido de la voz arde a pesar del desierto

Jeff Durango es como los chiles güeros, es un pistolero famoso. De a caballo. Un bandolero que escribe poemas. Un hombre dividido por la geografía sonorense, el mar y el desierto se han encargado de hacerlo un pionero de la caída. Caída que se convertirá en poema, en six de Tecate, en corridos de maniobras que se suceden casi siempre en la madrugada. Son los descalabros los que conforman Líquido Infierno, que también se puede leer como líquido enfermo. Pero no el descalabro autocomplaciente ni lastimero, al contrario, es un pretexto, el pretexto cumplidor para sacar al poema, con su correa puesta, a pasear, a que haga sus necesidades en el césped del vecino. Así nadie dirá que el deseo no existe, puntualiza Jeffrey.

En la poética de Durango no hay juegos de significados, ni de significantes, se dice lo que se dice. En clave de corrido si se quiere, pero sin otras aspiraciones que crear poesía a base de experiencia. Sin artificios, sin artilugios, sin perder de vista la emoción. Su registro es amplio. Del amoroso, al ritual, del desierto al mar, de lo existencial norteño al swing noir. En “Es la tarde que no existe” se nos muestra como un cochino viejo indecente al declarar Eras una niña / y yo te amaba. La rudeza de estas palabras es acompañada por un lirismo que uno no sospecha, el poema da un giro tierno y nos reconcilia con el autor. No sé ni por qué te recuerdo / quizá porque la tarde es fresca / y pasó una niña corriendo al mandado / gritando un nombre, / y luego pasó el panadero y el carrito de la nieve / y el abuelo tosió en el otro cuarto

“Siluetas” es de los mejores textos de todo el conjunto. Es una crónica new-wave de la gente y los acontecimientos que sufrió el poeta en una época. Solía detenerme en los caminos de mi pueblo // Acariciar el celo reseco de un perro vagabundo / herido de una pata y herido del alma / como el Capullo que nunca regresó a la pandilla del barrio // Jesusita engordó su panza como pelota / mi compadre la amaba todas las tardes // –el miedo a la oscuridad y el brandy Presidente me hizo vomitar cerca de la panga– // Yo me fui en la tradición de un sixpack de Tecate, / en el cigarro que fumábamos todas las tardes / a la orilla del Arroyo Seco / esperando ver pasar a las morritas en chor .

Vocero de la oralidad, Jeff posee la virtud non santa de brincar sin esfuerzo y con naturalidad de los asuntos cotidianos a los formales a los humorísticos. En “Alma”, recobra el sentido gravemente enfermo de desamor y sin aviso suelta la sentencia Descuartízame por favor. En “Tu pestaña y mis sueños” dice Me espera tu estomago / dulce como cajeta de Celaya. Más adelante surfea en los meandros de su propio patetismo: Te conocí en Ciudad Constitución / mientras escuchábamos Hotel California / el calor y la Baja eran lo mismo / luego tomaste mi yo menos en serio / que la soda que bebiste apurada. Son pocos los momentos, como el anterior en los que Jeff se convierte en el protagonista de sus poemas. Sus textos tratan sobre la gente. Sobre lo que la gente le ha dejado.

Por la condición sonorense de Durango uno pensaría que es un poeta bronco. Claro que lo es. Pero también, como se señaló, esgrime el lirismo que emplean los auténticos poetas. Su obra no está casada con ninguna biografía, por lo que el bato se siente capacitado para darle un llegecito al pop en “Elizabeth Bishop fuma en la cantina de mi barrio”, al que le pone un toque de espanglish. Hace de todo, Jeff, cita a Norman Mailer, con su sarcasmo nos recuerda a Charly García. Sin embargo su poesía nos es tan cercana, tan propia porque sus aspiraciones son legitimas, no alardea de culteranismos, ni de intelectualidad, sólo habla de su mundo personal, de lo que conoce bien, de las cosas en las que encuentra el sentido para seguir viviendo.

No podía faltar el javiersolisismo, títula a uno de sus poemas “Sombras nada más” en homenaje a Javier Solís. Estampa tan bien cosida y chistosa sobre las dificultades entre el poeta, que como boxeador hace sombra pero con la vida: Siempre sospeche de mi sombra / por eso la destruía aventándole baldes de agua // Siempre sospeche de mi sombra, / yo, que me creía rey. En “Poeta de cantina” recuerda a los amigos para evidenciarnos una vez más lo absurdo de la existencia, absurdo que se empeña en demostrar una sola cosa, no importa lo que venga después, son los pequeños momentos los que abastecen la memoria: Me considero no un mal bailarín / sino un bailarín del mal, dijo mi amigo el poeta. Luego se fue al bar / abrazó a su Monalisa de hule y dijo / toda mi vida crecí con el temor / de ver mi nombre en la marquesina de la esquina.

Repito, buenas tardes hay muchas en el libro. El sonido de la voz arde a pesar del desierto. El poeta sigue escribiendo a pesar de los 50 grados centígrados que alcanza Hermosillo, Sonora en verano. Por eso siempre se verá al poeta con una cerveza en la mano, no por borracho, es para mitigar la lumbre que castiga desde arriba y desde abajo. Es de admirarse que con tanta calor Jeff encuentre ánimo para darle a la palabreada. Pero como a la cenicienta no le queda de otra, que esperar la noche del baile. La noche, el ratito en que el poema se abraza a la página. Se aferra a calzarse la zapatilla que es dos número más pequeños que su talla. Al fin que como dice Durango en “Flor de Capomo”: un six de Tecate es naturaleza muerta. Bebamos del libro pues.

Jeff Durango
Líquido Infierno
Oasis Ediciones, 2006

Adiós a Norman Mailer


A los 86 años de edad, murió el sábado 10 de noviembre Norman Mailer. Meses atrás, en abril, el día 11 falleció Kurt Vonnegut. Con la partida de estos dos grandes escritores norteamericanos asistimos al final de toda una época. Tiempo en que ejercer la escritura implicaba asumir una postura política. No sólo asumirla, sino defenderla. Toda escritura refleja una moral, reza el adagio. Para beneficio del mundo, la moral de estos dos titanes duró más de siete décadas.

Ambos autores tienen demasiados puntos en común. Se obsesionaron con el tema de la guerra. Vonnegut impulsado por su participación en la Segunda Guerra Mundial y Mailer porque ocupó Japón después del triunfo de los aliados. Aunque distinta, su colaboración se inspiraba en el impacto que la guerra causaba en la sociedad. Además, los dos se distinguieron por su compromiso puntual con la humanidad. Vonnegut, izquierdista declarado, defensor de las clases proletarias y miembro honorario del Partido Humanista. Mailer, el activista político, el crítico más feroz que ha tenido la política norteamericana los últimos cincuenta años. Un hombre incansable siempre dispuesto al combate. El oponente eterno.

En Vonnegut existe una estadística curiosa, nació un día 11 (noviembre, 1922) y muere un 11 también. Fue una figura pasiva, su tendencia antiestrellitis lo mantuvo detrás de los reflectores. Sí, militante, denunciador, pero con una existencia modesta. Es aquí donde deja de tener coincidencias con Mailer (Nueva York, 1923). Norman, como los auténticos intelectuales, aquellos que con sus opiniones tienen injerencia directa sobre la sociedad, sabía que para ser un personaje capital todoterreno debía asaltar con éxito el turbulento ruedo de los medios de comunicación. Su primer paso fue transformarse en un enfat terrible. Su primera novela, Los desnudos y los muertos (1948), lo convirtió en una celebridad de manera instantánea. Sin embargo, no era suficiente. A pesar de su inigualable estilo, nada lo diferenciaba de otros escritores. Por tal motivo, para ser el centro de atención mediática, necesitaba adoptar una personalidad como la de Jean Genet. Y eso fue lo que hizo.

Cuando Genet se manifestaba en la Convención Democrática, en Chicago, en 1968, Mailer, a veinte años de su primera relato bélico, finalizaba Los ejércitos de la noche, novela contra la guerra de Vietnam. Obra con la que ganó su primer premio Pulitzer y el National Book Award en 1969. Durante las dos décadas que separan a un libro de otro, Mailer practicó el periodismo, se interesó por el cine, protagonizó escándalos debido a su afición al alcohol y a la mariguana, apuñaló a su segunda esposa. Mientras Genet era reprendido violentamente por la policía en la Convención Democrática, Mailer estaba a unos pasos de ser, sí, un enfat terrible, sólo que uno con poder. Después de eso nada lo detendría, llegaría incluso a postularse como alcalde para Nueva York. Norman Mailer, junto a Noam Chomsky era el referente obligado para emitir un juicio sobre los acontecimientos ocurridos en su país.

Cuando nació la contracultura, Mailer tenía más de cuarenta años. No fue un protagonista directo del fenómeno. Sin embargo la brecha generacional no era tan fuerte entre Norman y el movimiento. Gran parte de las ideas que alimentaban la concepción de las nuevas ideas propuestas por el hippismo tenían origen en Mailer. El blanco negro, libro en que describe con entusiasmo y sentido crítico a la generación beat era ejemplo de ello. Sus comentarios sobre la obra de Jack Kerouac y su consumo de mariguana prefiguraron la cultura masiva de las drogas. Por lo que Norman, más que un decano, era un padre de la contracultura. Un padre terrible, implacable, que incluso se manifestó en contra de su hijo y rechazó la cultura del ácido y el rock & roll. A tal grado descalificó la facilidad con que el lsd desvelaba misterios en la mente, que después de veinte años renunció a la mariguana y dejó que con su adicción muriera una época. Pero por otra parte reconoció el talento de escritores que se apoyaban en la psicodelia para configurar sus relatos. Era lector de Hunter S. Thompson y aceptó que Fear & Lothing in Las Vegas es uno de los grandes libros de la literatura norteamericana.

Mailer fue un opositor de la política exterior que ponía en práctica los Estados Unidos. El primer blanco trascendente de sus críticas fue Richard Nixon. Con el paso de los años y las sucesiones presidenciales, rectificaría y emitiría una opinión que en su momento no fue entendida, pero que ahora a nadie sorpende: George W. Bush es peor que Nixon. El gran malestar que sentía Mailer en contra de Nixon era que había mandado a su país a una guerra. Norman tenía ya la experiencia de la guerra y esta era de traición, de engaño. El pueblo no había estado en la Segunda Guerra Mundial para luego tener una guerra fría. Un sentimiento parecido es el que vivimos en México, no nos metimos a la democracia para tener 50 millones de mexicanos en la pobreza.

Si buscamos en Hispanoamérica una figura equiparable a la de Mailer no la encontraremos. Tal vez Fernando Vallejo sea uno de los pocos que se acerque a esa categoría. Su libro más reciente, La puta de Babilonia, trata sobre los abusos históricos cometidos por la iglesia. Si pensamos que por tratar un tema religioso el texto es obsoleto, estaremos equivocados. Siempre es bueno tener presente los crímenes que ha cometido los clérigos. Bastará revisar los hechos de cualquier ciudad de provincia, Monterrey, Ciudad Juárez, Torreón, o donde haya gobernado el PAN, para darnos cuenta de la cantidad de dinero del erario publico que se destina a erigir monumentos religiosos, o las miles de historia de censura.

El libro de Vallejo es oportuno, se presenta en un momento en que la iglesia ha cambiado de mando, hoy más que nunca le interesa recuperar su relación con el estado. Hay un dato curioso, la sucesión presidencial en México casi coincide con la sucesión papal. Entonces, Juan Pablo Segundo retrasó la iglesia veinte años, se pronostica que el filonazista Ratzinger la va a retrasar otros veinte años o más. En México, Vicente Fox retrasó la vida veinte años. Con Calderón nos esperan otros veinte años. ¿En qué me baso para decir que Fox retrasó a México? Un presidente que se compromete a solucionar conflictos como el zapatista y al terminar su mandato no lo cumple, retrasa al país. Calderón prometió un México democrático, pero hoy más que nunca la diferencia de clases sociales es más evidente ¿Qué relación tiene lo anterior con Mailer? Con la partida de Norman, sin sus opiniones, sin duda quienes serán los más afectados serán las clases menos privilegiadas del mundo. La posición de Mailer, aunque no gozara de injerencia en México, nos permitía reflexionar sobre nuestra propia política.

Norman pertenecía a una especie única de escritor. La de los escritores que tuvieron una vida conflictiva y, sin embargo, alcanzaron la longevidad, como Bukowski, Ginsberg y Burroughs. Nadie imagina que un hombre de 80 años fuera el oponente más inteligente y calificado de George W. Bush. Lamentablemente eso no fue suficiente para evitar la reelección de Bush. Gracias a eso tenemos el Muro de la Frontera. Esperemos las próximas elecciones. Si como se pronostica ganará Hillary, se podrá negociar la ley inmigrante.

El estilo narrativo maileriano tuvo su origen en el box, deporte al que Mailer admiraba. También fue aficionado al jazz. Su segundo Pulitzer se lo otorgaron pro La canción del verdugo. Una obra fundamental, monumental, de alcances dostoyevskianos, tanto por la extensión como por la temática. Es la historia de Gary, un condenado a la silla eléctrica. Relato que junto a Sangre fría de Truman Capote los sitúa como los dos grandes de la literatura periodística. Otras de sus obras importantes son Los tipos duros no bailan y El parque de los ciervos. Por el conjunto de los títulos mencionados Mailer alguna vez fue mencionado como candidato al Nobel. Contrario a eso, se suma a la larga lista de autores que murieron sin nunca recibirlo. El Nobel cada día más se parece al Grammy latino, y por lo políticamente incorrecto de Mailer no se lo otorgaron.

A una semana de la muerte de Mailer el panorama luce desolador. Se acercan las próximas elecciones en Estados Unidos y uno de los críticos antiBush no está. Una mejor relación entre México y Estados Unidos en materia fronteriza depende del resultado de esas elecciones. A una semana de que Mailer se fuera no se ha sentido su pérdida de manera radical pero en poco el tiempo el mundo comenzará a experimentar un terrible síndrome de abstinencia por la muerte de Norman Mailer.

10 años de Time out of mind


Time out of mind es una frase en inglés que traducida al español arroja un resultado anfibológico. Por un lado significa tiempo demente, enloquecido, fuera de control. Por otra parte se refiere al tiempo que sucede fuera de nuestra mente. Es decir, a todos los acontecimientos alejados de nuestra concepción. Hechos que nosotros teníamos planeados de cierta forma y ocurren de una manera distinta. Entre los que destacan la traición, el engaño y por supuesto el desamor. Es bajo estos dos preceptos que se desarrolla el disco Time out of mind de Bob Dylan, cumbre de la discografía dylaniana, a la altura de clásicos como Blood on the traces (1974). Publicado en 1997, esta placa ganadora de varios Grammy’s le mereció a Dylan un regreso triunfal al mundo de la música, además de que se convirtió de manera instantánea en álbum fundamental de la historia del rock.

El impacto de esta obra no es tan fortuito como parece. Si retrocedemos algunos años podemos advertir que Dylan se encontraba en envidiable forma desde Oh, mercy (1989). Un trabajo que en muchos sentidos anticipa el estado anímico que figurara de manera desgarradora en Time out of mind, propiciado principalmente por la mano del productor Daniel Lanois, productor de ambos discos. De hecho el tan renombrado resurgimiento de Dylan y los correspondientes Grammy’s debieron sucederse con Oh, mercy. Pero el mundo discográfico no es justo. Como tampoco lo fue con el siguiente material. Under the red sky (1990) producido por Don Was y Jack Frost, evidencia a un Dylan en sus jugos, con una notable cantidad de canciones entrañables contenidas bajo el brazo. Sin embargo, estadísticamente estas dos muestras del genio dylanesco fueron recibidas como dos obras medianonas. Decía estadísticamente porque para el autentico fan, quien sigue la carrera de Dylan con atención sabe que Dylan cierra con todo la década de los ochenta y de la misma manera comienza su paso por los noventa.

Con la salida de la más reciente producción de Dylan, Modern Times (2007), surgió una teoría un poco arbitraria. Tal teoría supone que tanto Time out of mind, más el siguiente Love and theft (2001) y Modern times conforman una trilogía. Además esta supuesta teoría estaba apoyada en la trilogía formada por Highway 61 revisited (1965), Blonde on blonde (1965) y Bringing it all back home (1965). Estoy en desacuerdo. Si existe una trilogía, lo digo no sin el conocimiento de posiblemente cometer perjurio, es la constituida por Oh, mercy, Under the red sky y Time out of mind. ¿En qué me baso para afirmar esto? En el sonido. Si bien el sonido que Dylan consolida en Love and theft tiene sus antecedentes en Time out of mind, es una toma de distancia respecto al estado anímico empleado en su antecesor. Demostrable en los motivos de las canciones, en la rotación de músicos que lo acompañan y en el cambio de productor, ahora es Jack Frost el encargado.

Time out of mind se encuentra entre Under the red sky y Love and theft, es decir entre un periodo que abarca de 1990 al 2001. Durante once años, Dylan no publicó canciones inéditas excepto las de Time out of mind y la ganadora del Oscar Things have changad, creada para el soundtrack de la película Wonder Boys, del novelista norteamericano. En el inter se editaron los tres primeros volúmenes de The bootleg series en 1991, en 1993 se lanzó al mercado The 30th anniversary concert celebration, un tributo en vivo a la lírica dylaniana, que contó con las participaciones de Lou Reed, Johnny Cash, Ron Word, Neil Young, Erci Clapton, The Band, George Harrison, entre otros. Para 1995 Dylan grabó un Unplugged para MTV. La novedad de este disco fue “John Brown”, un extenso relato inédito que en cierta forma anticipa a “Highlands” de Time out of mind.

Mientras todo eso acontecía en la superficie, por debajo del agua Dylan trabajaba en lo que serían las canciones de Time out of mind, y en su autobiografía, titulada Crónicas, dividida en tres tomos, publicado el primero en el 2004. Si insisto demasiado en el tiempo que Dylan tardó tiempo en superar ese profundo hoyo negro que es Time out of mind, es porque la desolación, el fatalismo, el desamor, la soledad y el vacío retratados de esa manera no son emociones fáciles de manejar, incluso para una figura como Bob Dylan. No es para menos. Si alguien preguntara qué disco de rock definiría la estética fin de siécle que se puso en boga en los noventa, qué disco retrataría con mayor fidelidad el sentimiento de esterilidad sufrido durante la época, yo respondería sin dudas Time out of mind. Fue tal el impacto de este material en el mismo Dylan, que todavía se dilató cuatro años más en publicar rolas inéditas, era preciso que terminaran los noventa para volver a la escena.

Time out of mind abre con Love sick, que como su nombre lo indica trata sobre el amor enfermizo que siente un hombre por una mujer. El contenido de las letras, de todas las del disco, más allá de caer en el lugar común de afirmar que son poesía, son mordaces injurias de resentimiento. Para admirarlas en su complejidad tendría que reproducirlas todas, pero por razones de espacio es imposible, se pueden consultar en www.bobdylan.com

La tercera en el orden es Standing in the doorway, habla sobre un hombre al que la mujer abandonó en el umbral de la puerta bajo la luz de la luna. Million Miles reincide en la temática por la ausencia del objeto amado, sólo que más rítmica. Tryin’ to get to heaven es una metáfora de el acceso al amor, aquí Dylan dice que está tratando de entrar al cielo antes de que cierren las puertas.

’Til I feel in love with you es un sobroso blusesito que vuelve sobre el tema del amor, y he aquí lo valioso, a pesar de que casi todas las rolas tratan sobre el tema, en ninguno. Not dark yet es desde ya una leyenda. Tal vez una de las mejores canciones que ha producido el rock en los últimos 25 años. Habla acerca de que aún no es tiempo de doblegarse.

Cold iron bound es un country heavy, con una atmósfera de western maléfico que incluso aparecería en el 2003 en una versión aún más heavy en el soundtrack de la película Masked and Anonymous, protagonizada por el mismo Dylan.

Make you fell my love es la pieza que conserva más la estructura de la balada, otra vez toca el tópico que es el leit motiv del disco, en esta ocasión es una queja sobre la incapacidad de una persona para hacerle sentir su amor a otra. Can´t wait es la que refleja de manera más veraz los conflictos y las relaciones de pareja, con toda la malicia y la lucha de poder que implica entablar un lazo amoroso, la mejor pieza del disco para quien esto escribe.

El disco cierra con Highlands que al igual que Dirt road blues, el segundo corte, que no comenté a propósito, pues son estas dos las rolas que de alguna forma se separan del tono general del disco. Dirt road blues por ser un countryfolky y Highlands por su extensión. Épica, con una narración epopéyica.

Este año Bob Dylan obtuvo el premio Principe de Asturias. Líneas antes mencioné que el mundo discografico no era justo. El mundo académico tampoco lo es, de serlo Dylan hubiera recibido el premio diez años antes por Time out of mind.

El rock' roll no hace caricias

Santa Fe es un complejo comercial en el Distrito Federal, ubicado rumbo a la salida a Toluca. El principal rasgo que lo caracteriza es el marcado contraste con sus alrededores. Cinturones semiurbanos, marginales, de extrema pobreza. En esta zona se pueden observar algunos de los edificios más lujosos del país, y a unas cuantas cuadras casas a punto de derrumbarse, gente hacinada en las laderas de los barrancos, autos abandonados. El segundo aspecto que sobresale en Santa Fe es la frialdad que se experimenta al caminar por sus calles. Lejos de todo fatalismo, deambular por entre los negocios, las agencias de autos, la seguridad exacerbada, la limpieza exagerada, produce una sensación de incomodidad, de resentimiento político, de ganas de huir de ese sitio.

El sábado 27 de octubre, el frío habitual pareció acentuarse para recibir a los miles de asistentes al Manifest 2007 en la Alameda Santa Fe. El grupo encargado de cerrar el festival era INTERPOL. Aunque a menudo oímos hablar de ellos como una banda de culto, fue impresionante la cantidad de gente que convocó: 25, 000 personas. La mayoría de los grupos de rock consumen parte de su tiempo en buscar un estilo propio, que los caracterice. En el caso de INTERPOL no sucede eso, pues son poseedores de un sonido dado, como un saco hecho a la medida. Las expectativas alrededor de Our love to admire, su nuevo disco, de ser la finura del pop, la elegancia en el rock actual, se cumplió en el concierto.

El evento arrancó a la una tarde, el programa anunciaba una variedad de grupos mexicanos antes de que comenzaran su intervención los gabachos. Arribé al Manifest a las siete de la tarde, pues nada sería capaz de hacerme llegar temprano. Al llegar al escenario rojo, el principal, Yo la Tengo ocupaba el escenario. El saldo indicaba que no me había perdido de nada, excepto de The Whitest Boy Alive, que al final todos coincidieron en que fueron la revelación del festival. Es aquí donde comienza ese viejo adagio que señala que el rock n’ roll no hace caricias. Siempre sucede lo mismo en los masivos. Se termina la cerveza. Toda la intervención de Yo la Tengo tuve que admirarla desde la fila para comprar cerveza. Siguió el turno a los Teddy Bears en el escenario verde, sólo pude verlos en las pantallas, desde la fila. Más de una hora y quince minutos estuve formado. Además vendían la Modelo light, caliente, por supuesto. El precio no estaba tan acelerado. Veinticinco pesos sonaba razonable. Pero no el frío que desde las siete y media te inducía dolor en las piernas, las rodillas, etc. La temperatura oscilaba entre los siete y los seis grados.

Entonces a partir de esto el escenario fue todo Nueva York. Conseguí comprarme doce cervezas antes de que el siguiente grupo saliera a escena. The Rapture fueron los encargados de prender a la raza. Pero padecieron las fallas de audio. Por momentos fue la mala ecualización y en otros lapsos el viento, les faltó volumen. En los intervalos en que todo se normalizaba, la multitud entera se convirtió en una fiesta. Suenan igual que en el disco. Qué voz la de Luke Jenner, en vivo es igual a la del estudio. Tocaron casi todas las rolas de su nuevo disco, Pieces of the people we love y algunas del anterior Echoes. Las primeras dos canciones en las que se acompañaron por un saxofonista le dieron un giro al convencional sonido de una banda de rock. The Rapture son el ejemplo viviente de que lo disco no le va tan mal al rock, contrastado con las percusiones, el cencerro incisivo, puro down town, puro Nueva York.

Tocaba el turno a The Horrors, me los perdí al ir al baño. Es obvio que a los organizadores se les vino el tiempo encima y sólo les permitieron tocar dos rolas. Eso sí, a todo lo que dan, estruendosos, con la mejor escenografía de la noche. Lamentablemente el frío calaba tanto que decidieron no retener a la gente y para cuando me dirigía al escenario verde ya habían terminado. Se percibió en la estampida de gente que volvía corriendo a ocupar un lugar en el rojo. Todo indicaba que INTERPOL saldría a las nueve de la noche, la hora programada. Pasados los quince minutos aparecieron.

Comenzaron con Pioneer to the falls, siguieron con N. 1 del Bright lights out. Las expectativas alrededor se cumplieron. Un sonido impecable. Una sobriedad en el escenario. Impusieron el silencio entre los asistentes. Sí, parecían figuras de cera, pero INTERPOL no es una banda para hacer el slam. Resulta increíble que no seas ingleses. Pero no, son de Nueva York. Repasaron lo mejor de Antics y por supuesto casi por completo Our love to admire. Entre pausa y pausa, Paul Banks se comunicaba con el público en perfecto español. Durante su presentación se fue la iluminación, la banda siguió en la oscuridad por casi tres canciones. “Somos nosotros, INTERPOL, se fue la luz por una falla tecnológica, seguimos aquí”, dijo Paul Banks. También hubo deficiencias en el audio, de repente se reblandecía y luego otra vez tomaba su consistencia habitual.

No obstante de los contratiempos, INTERPOL dejó satisfecha a la raza. Las más celebradas fueron Evil, The Heinrich Maneuver y No I in threesome. También lo mejor estuvo en The scale y Rest my chemistry. No faltó quién se quejara de la inmovilidad del escenario, pues no hubo una escenografía fastuosa y los integrantes de la banda se mantuvieron sobrios, impecables. A pesar de todo lo anterior INTERPOL hizo lo imposible, darle algo de energía, calentar un poco la fría zona del vacío existencial de Santa Fe.

Dar Milanés, Dar Páez

Ahora que tan de moda se prestan los duetos en los conciertos, le tocó turno a Fito Páez y Pablo Milanés. No podemos hacernos de la vista gorda con los comparativos. A unos días de que Sabina y Serrat cerraran el festival Revueltas en Durango, Páez y Milanés hicieron lo propio en Saltillo, Coahuila, el 31 de octubre. Y tampoco nos están prohibidas las inclinaciones de balanza, pero más allá de ocupar lugar en la tribuna, con el temor de ganarme más enemigos de los que ya poseo, como si de parejas de delanteros se tratara, debo puntualizar que la pareja de Páez y Milanes se acercaron más a la denominación dúo dinámico.

Decía, no sin algo de morbo y necedad, que los paralelismos se ponen a la orden. Alguien opinará que vienen bien, otro que viene mal. Pero, retrocediendo en el tiempo recordamos aquella toma de posiciones que hicieron Víctor Manuel y Milanés, y por obligación, of all people, la protagonizada por Sabina y Páez. Aquel amorío catastrófico que en la portada del disco representara a cada uno de los gañanes con un salero y un pimentero. Pues bien, Sabina después de romper con Fito le puso los cuernos con Serrat, por su parte Fito se los ha puesto con cuanta gente ha podido, Fabiana Cantilo (en el disco Inconsciente colectivo), El Negro Rada y finalmente con Milanés.

A las ocho de la noche del pasado miércoles en la plaza de armas de Saltillo, comenzó la presentación a cargo del argentino. Con un look opuesto –vestido por completo de traje blanco con una playera roja– al de su gira “Naturaleza sangre”, que hiciera tierra en Chihuahua en el 2006, Páez salió a escena por completo de negro, traje por supuesto, con un suéter de cuello de tortuga rojo. Contraria a su visita a Chihuahua, en el inter entre las dos presentaciones se presentó en Monterrey y el D. F., en esta ocasión no lo acompañó su banda. Una lástima en verdad, pues hubiera sido gratificante ver al bajista Guillermo Vadala y su guitarrista Gonzalo Aloras. En su lugar Fito ejecutó todo al piano, un piano negro media cola en medio del escenario. Comenzó con algunos temas de su nuevo disco, Rodolfo, en honor a sí mismo.

Después continuó con temas de su discografía, lo que más cautivó la atención del público fue la calidad de la interpretación Páez, y la variación de las versiones. En todas había una devoción por atacar el teclado, por imprimirle un dramatismo que algunas de las originales no poseen. Mariposa teknicolor, Un vestido y un amor, Al lado del camino, Cable a tierra, sólo hizo una pausa para tomar la guitarra eléctrica y hacer una versión rabiosa de Ciudad de pobre corazones. El punto más elevado de la intervención de Páez, a todo volumen, distorsionado, hiriente, a grito salvaje.

Después de un receso de quince minutos, tiempo suficiente para que removieran el piano y los técnicos adecuaran el escenario, subió el grupo de Milanés. Al igual que Páez introdujo a la audiencia temas poco conocidos, que aclaró el mismo Pablo, eran inéditos y formarían parte de su siguiente disco que tentativamente se llamaría “Nostalgias”. Entonces se sucedió un bajón en la intensidad del concierto. Fito había dejado al público prendido, y la intro de Pablo, era de suponerse, nadie conocía las canciones, desinfló los ánimos rocanroleros. Todo apuntaba que a partir de ese momento todo se iría a pique. A pesar de eso, la gente no abandonó la abarrotada plaza. Sólo unas doce personas dejaron sus asientos. Pero qué equivocados estaban, en cuanto Pablo cantó los temas conocidos, el show no hizo otra cosa si no mejorar. Además que existía la amenaza de que Páez regresaría para cerrar junto a Milanés.

Desde el principio, de Páez y del turno de Milanés, algo sobresalió en el concierto, la calidad y el buen estado de las voces de ambos. Contrarias a las voces ofrecidas por la gira de Sabina y Serrat. Lo más destacado de Pablo fue su saxofonista, cubano, como todo su grupo, complementado por dos tecladistas, baterista y percusiones. Bastaron los primeros acordes de Yolanda para que la plaza entera se entregara a Milanés. Contrario a lo que sucede con otros artistas, no fue la popularidad, el éxito comprobado o la cursilería lo que provocaron que el público se entregara a Milanés. Fue la emotividad de la ocasión, y el excelente sonido que salía de las bocinas. Por momentos la banda aturdía, pero a pesar del volumen ensordecedor jamás lograron situarse por encima de la voz de Pablo.

La promesa se cumplió, Páez subió al escenario para acompañar a Pablo en un tema del mismo Fito: Vengo a ofrecerte mi corazón. La banda los dejó solos y acompañados por el teclado del mismo Páez, cantaron de una manera que ni Sabina ni Serrat conseguirían con diez cigarros menos. La banda regresó para concluir con El breve espacio que mostró un duelo de voces con un Milanés sentado y un Fito de pie en el centro del escenario.

Ingrato deber contraje contigo lector, que debo decirlo: de las dos parejas la mejor fue la de Páez y Milanés, un espectáculo que no incluía pantallas de plasma, pero que demostró que lo verdaderamente importante es la música. Con el plus de cinco minutos de fuegos artificiales que salieron disparados de la azotea del Instituto Coahuilense de Cultura.

Maldita sea la curul que juntó a este par de cabrones


Joaquinito, siempre proclive al romance (recordemos su enfermiza relación con la cocaína) y la camaradería, después de aquel flirteo lioso y fashonista con Fito Paez (Dr. Jekyll vs. Mr. Hide), ahora se asoció con el Nano. Como parte de su gira, “Dos pájaros de un tiro”, la doble SS (Servicio Secreto) se presentó en el festival Revueltas de la ciudad de Durango la transfigurada noche del 23 de Octubre. Todo nos hacía suponer que atreverse a subir con Serrat al escenario sería como montar al cadalso, pero Sabina no sale tan mal revirado, por supuesto que se las da de guapo, pero al final exhorta que no demuestra más quién la tiene más grande, el gachupín o el catalán, si no que entre narigones siempre se sucederá un final de fotografía.

Una cosa hay que aplaudirle a Sabina, que haya puesto a rockear a Serrat. No es fácil motivar al Nano a registrar pedido en suertes que no le son tan de pañuelo. Sin embargo, en la primera de la noche, “Ocupen su localidad”, en alusión a la provincia, el barcelonés apodao con la fusta del estilo, abraza el rito rocanrolero del Sabina y Viceversa, para demostrar que aunque cantautor el rock no le es una piedra en el zapato. Más que un concierto aquello parecía un baile de disfraces. Donde ambos se intercambiaban los antifaces, bajo una postal que resaltaba un globo simulando una luna inflable colgada de un perchero de sombra.

La siguiente fue “Aves de paso”, más cercana a la versión roquerita que grabara Miguel Ríos que a la del propio Joaquín. Que a pesar de los tragos, el tabaco y los excesos (tan joven y tan viejo, like a rolling stone) aún rockea. El énfasis se justifica porque una parte primordial del recital la ocupa el rock. Sin que escape por supuesto a la autocomplacencia. El espectáculo pretende abarcar el repertorio heterogéneo de ambos, por lo que hay un lapso flamenco, otro de balada, uno más de chabacanería y desenfado, etc., lamentablemente pierde altura cuando Sabina sufre uno de sus accesos de chavelavarguismo. La triada de canciones, “Por el boulevard de los sueños rotos”, “Noches de boda” y “Nos dieron las diez”, sacadas de la manga sólo para echarse chauvinistamente al público al bolsillo fueron lo menos rescatable de la noche. Preferible su coqueteo aflamecao con el hip hop, o sus experimentos hilarantes a la Manu Chao.

Casi todas las canciones fueron interpretadas a dúo. Excepto unas cuantas, por ejemplo “Mediterráneo”, que junto con “19 días y quinientas noches” fue lo mejor de la noche. La primera presentó a un Serrat intenso, aferrado a su guitarra, nos recordó al Nano más radical, sin tregua, con una versión enérgica, escupida a la audiencia, casi expulsada con violencia. La segunda fue cantada por los dos, con una arreglo sí, cercano al original pero que no desencajaba en la modificación a dos voces, de entre las más coreadas por el público. Sorpresiva una “Y sin embargo” capoteada por completo a cargo del Nano, quien le obsequio un toque de emotiva serenidad, alejado de la versión confesionesca y despechada que le imprime Sabina.

Y entre rola y rola, un mano a mano de refutaciones afectuosas, de albures, de duelos de rimas. Todos por supuesto ganados por Serrat. Hay que puntualizar y dejarlo claro. El Nano es el jefe. Y Sabina su patiño. Además de la competencia, protagonizaron pequeños sketches. Alentados por el grouchomarxismo de Sabina. Comprobables en el disímil atuendo de los cantantes. Joaquinto, con su ahora eterno sombrerismo, portaba un bombín, un saco de mago barato y unos pantalones tan repegados a la carne que lucía unas piernas de embolo que envidiaría cualquier gafitas de las pecas. Por su lado el Nano, ejerció su cachuchismo y se mostró sobrio de mezclilla y saco.

Mención aparte merece la escenografía. De primer nivel. Ambientada con unas pantallas que prefiguraban imágenes y bombardeaban con videos al espectador. Marco perfecto para el grupo de doce músicos que hicieron a la gente olvidarse del frío. Sobresaliente la figura de Antonio García de Diego. Inseparable mosquetero de Joaquinito. Se extrañó la figura de Pancho Varona, otro de los eternos caballeros sabinianos. Las segundas las aportaron un par de chicas, que se dieron el lujo de bailar con menudo par de momias, una para cada vetarro.

El amplio repertorio de los cantantes no permitió una gran cantidad de temas, por lo que no faltaron los popurrís y el bis fue muy corto, apenas de dos canciones. Faltó por supuesto “Mi primo Nano”, compuesta por Sabina en honor a Serrat. Como dato curioso queda que Joaquinito no cantó ninguna de las piezas de sus últimos dos discos, Dímelo en la calle y Alivio de luto. Al final, casi dos horas después, terminó el show con un Nano grande y un Sabina agradecido, que sigue sin faltar a la consulta del foníatra que le dice que nunca será Joan Manuel Serrat.

Música Beat para la generación pop


El pasado 5 de septiembre se cumplieron 50 años de la novela On the road, de Jack Kerouac. A lo largo de su obra podemos encontrar innumerables referencias que hace el autor al mes de octubre, declararía él: mi mes favorito. Ese hecho no escapa a una cualidad irónica, en septiembre Jack publica un libro monumental, sin embargo pondera el mes en que muere en 1969. Aunque Gilbert Millstein describe en el New York Times a On the road el mismo día de su publicación como Obra de arte, es bajo la luna de octubre que el fenómeno Generación Beat sufre la repercusión mediática y comienza el fin de Jack Kerouac.

Hoy, medio siglo después, podemos acceder a diferentes lecturas de la influencia que ha ejercido On the road en las artes. En la poesía, la pintura, el blues o la crónica. Por ejemplo, el impacto que causó en la música, ahí se encuentran Morphine (grupo de jazz rock ya desaparecido) y Keroauc, banda suiza posmopostbop, entre otros. También, a través de las grabaciones que tenemos de la lectura de fragmentos de su novela por el propio autor, podemos medir de qué manera afectó al Spokenword. Henry Rollins, Tom Waits y Mark Sandman podrías servirnos de parámetro. Y qué decir de Bob Dylan, que se inspiró en las relecturas obsesivas que hacía de On the road para construir su preponderante carrera.

La lista es interminable, a fin de cuentas todo se resume en la historia de dos amigos. Como la que cantan Los Cadetes de Linares, “estos eran dos amigos que venían de Mapimí”. Una trama sencilla pero de aspiraciones odiseicas. Sí, muy cercana al corrido, la novela narra las aventuras de Sal Paradise y Dean Moriarty. Sin ser una pieza cómica, alcanza las proporciones de una comedia de la picaresca contemporánea. La de dos hombres que se encuentran imposibilitados para existir bajo el mandato de la clase media norteamericana y se ven comprometidos a atravesar el país en coche, con una urgencia por llegar a un punto sólo para volver a comenzar el recorrido. Por lo que en sus páginas podemos encontrar cierto espíritu que hermana a Keroauc con el Henry Miller de Trópico de Cáncer. También y de manera no menos velada, hay una conexión entre el autor y Homero. Jack plantea una hipotética Ítaca en algún punto de la ruta, pero a diferencia de Ulises, jamás la encuentra. Sin olvidar por supuesto los paralelismos con Joyce, Ulisses es a los 20’s lo que On the road a los 50’s y 60’s del siglo pasado.

Las correspondencias con James Joyce son vastas. Ambos en un tiempo de su vida padecieron el apabullante flagelo de la religión. Ambos lucharon contra malestares físicos, el irlandés contra el glaucoma y el gringo contra la flebitis. También sentían debilidad por la bebida. A su modo, los dos sentían una gran preocupación por la figura materna, Jack en vida y Joyce por medio de Sthepen Dedalus. Creían profundamente en la epifanía como medio de acceder al conocimiento. Los dos escribieron libros con personajes que idealizan la juventud como etapa privilegiada de la vida y sus novelas son consideradas biblias literarias.

Además de lo anterior, Kerouac puede ser rastreado a través de sus aportes a la cultura newyorkina. Quizá sea, junto a Charley Parker, la figura más importante de una era germinal. Claro que el Village ya ocupaba el lugar de meca importante de la cultura en la gran manzana, pero es Jack quien lo explora de manera honesta y lo cristaliza de forma directa e indirecta en su narrativa. Los jóvenes blancos de la época por lo general rechazaban las pulsaciones bop de la música negra. Él rompió esas ataduras para dejarse seducir por el fraseo de Parker y convivir con Miles Davis, John Coltrane, Chet Baker, y no sólo convivir, ser uno de ellos en la manera de observar la realidad. A partir de On the road el circuito negro jazzístico se develó para un sector blanco intelectual.

Jack también profundiza sus raíces en todo lo que ostenta la marca road. Inaugura una nueva etiqueta para la vanguardia. Sin duda, el adjetivo roadmovie proviene de él. El calificativo historias de carretera, se inspira en Kerouac. Incluso existió una tendencia a escribir obras bajo ese precepto. Una de las más sobresalientes para mí es Caídos del cielo del español Ray Loriga. Sin ignorar que Paris, Texas y en general todo Sam Shepard toma prestado de Jack. Él y todos los que abanderarían el modelo literario por el que apostó Kerouac. El de la escritura directa y confesional, en primera persona, herencia mileriana. Gracias a eso el público tuvo una mayor aceptación y recibimiento para las enérgicas obras que vendrían después, como por ejemplo las novelas de Bukowski.

No podemos olvidar a sus compañeros de generación. William Burroughs, quien se convertiría en el gran sabio, el monstruo literario más grande del siglo XX, el príncipe del hielo, en un principio se mostró inseguro para decidirse a escribir. Fue Jack quien siempre estuvo ahí para alentarlo, hasta le obsequió el título de Naked Lunch para su novela. Por su parte Allen Ginsberg, quien bautizó “Aullido” a su poema por sugerencia de Kerouac, siempre vio en él al poeta marino mercante y compartió con él su gusto por las discusiones literarias. Con quien Jack tuvo la oportunidad de analizar todas sus teorías antes de ponerlas en práctica. Los diez mandamientos de la prosa espontánea. Derivado de la improvisación jazzística, platea que la reescritura es una especie de traición, pues el verdadero yo surge con la mente en ayunas, con mucha droga pero que fluye desde el inconsciente.

La primera edición de On the road fue publicada por Viking Press. De entre las más famosas reimpresiones destacan la de Penguin y la de Grove Press. Unas preguntas interesantes serían ¿cuántas ediciones existen de la novela? ¿Cuántos tirajes? ¿En cuántas casas no existirá un ejemplar de esta obra? Con el riesgo de equivocarme, me atrevo a decir que On the road es uno de los cinco libros más publicados en el mundo. Inspiración para miles de jóvenes de las generaciones nacidas a partir de los sesentas, no hay otra obra que identifique más a la juventud que las aventuras de Jack Kerouac a ritmo de violencia, drogas y sexo, las cualidades definitorias del rock, por Estados Unidos y México.

Antes de seguir me permito hacer otra comparación. Esta vez entre Jack y John Coltrane. El saxofonista nació en 1926, cuatro años después que el novelista. Murió dos años antes, en 1967, a causa de un cáncer en el hígado, producto de su pasado en la heroína. Toda su carrera el saxo fue un motor incansable, que siempre iba hacia delante en la experimentación musical. De igual forma, Kerouac actuó como un John Coltrane toda su vida. Ambos fueron fervientes practicantes de la fe, creían en Dios. Parece que sospecharan que el fin de sus días sucedería antes de la década de los 70’s.

Retomando On the road, para celebrar el aniversario 50, Viking Prees lanzó una edición conmemorativa que como material adicional sólo incluye la reseña de Gilbert Millstein. A pesar de los años, la novela aún tiene que luchar contra el morbo y el prejuicio. En la biografía más reciente de Jack, el autor Barry Miles hace un hincapié innecesario en la supuesta homosexualidad de Keroauc. ¿Acaso importan las especulaciones? Lo importante es la obra. Al parecer el destino de On the road es luchar cada día para demostrar que es una de las mejores novelas del siglo XX. Y siempre termina por ganar el combate.

On the road. Jack Kerouac. Viking Adult, 2007

El wagnerismo del eterno retorno


Sólo los genios se repiten. Dostoyevski y Kafka lo confirman. Woody Allen hace de la regla su discurso. Un hombre es sus obsesiones, un eterno retorno. Volver una y otra vez a las inquietudes que lo aquejan. Existenciales, dialecticas, o metafísicas. Su amplia filmografía constituye uno de los testamentos más ejemplares de una estética de la modernidad. Aunque a menudo retoma aspectos clasisistas para introducirlos en sus películas, es en realidad un pretexto para contrastarlo con la insoportable ansiedad del ser contemporáneo.

Debido a los excesivos guiños y correspondecias que existen en sus tramas, es que se le ha criticado de ser repetitivo. Con frecuencia vemos a sus personajes charlar en torno a una mesa. Incansablemente, las criaturas allenescas son proclives a analizar de manera morbosa los conflictos alrededor de un suceso jamás insignificante. Dotar hasta el límite a la realidad de un sentido dramático sólo para demostrar cuán futíl es la seriedad de las cosas.

La carrera de Woody Allen tiene en común un aspecto con la carrera de Bob Dylan. El músico por ejemplo, crea álbums excelentes, insuperables, pero que guardan un perfil aceptable en su discografía. Se mantiene activo y conforme, pero de repente sucede un hecho sin precedentes. Lanza un disco que cambia la manera de concebir la música, y aunque parezca imposible es revolucionario. Marca para siempre a una época y vuelve a mantenerse como oculto, al grabar discos buenos, pero no magnificos, a la espera de que otra vez surga ese golpe de talento que modifique la escena. Lo mismo ocurre con Allen. Sus trabajos jamás son mediocres. Se mantienen en la raya de la media general. Entonces aparece la genialidad de Woody y crea piezas que permanecerán para siempre en la historia del cine.

De sus últimos cuatro filmes, tres son comedia. El cineasta había manifestado que así lo deseaba. Que tenía la necesidad de explorar la comedia romantica. Así lo hizo en la excelente Anything else (2003). En este largometraje hay una mirada particular sobre el estilo Allen. Una vuelta de tuerca respecto a su manera de manifestar la vida. Incansable saboteador de si mismo, y dispuesto siempre a reirse de si, aparece como un comediante completamente opuesto al Allen de siempre. Se burla de que uno de sus personajes asista a terapia, disfruta de la vida y no se le ve ingiriendo algún antidepresivo con whiskey.

Su siguente paso, Melinda & Melinda (2004) es un experimento con la realidad. En el que se vifurca una situación, entre tragedia y cómedia, según la persona que la asimile. No tan buena como su antecesora, resulta una película medianoana, a la altura de Hollywood Ending (2002). A menudo se le critican estos pseudo resbalones al director, pero hay que rescatar que es muy difícil cumplir con la cita que él mismo se ha impuesto, un film por año. Cualquiera desearía realizar una Melinda & Melinda con esa fluidez narrativa, sin embargo, siempre se quiere tener al Allen de Manhattan o al de Deconstructing Harry.

Como Melinda & Melinda fue una cinta sin mayores repercusiones, no esperabamos el asalto de la siguiente entrega. Es cuando aflora el genio neurótico. Match Point (2005) es una obra monumental. Primera de una serie de tres filmes que realizaría el Allen con Scarlet Johnason, en la que el leit motiv de las tres es Londres, es una recreación malvada, retorcida, inteligente de Crimen y Castigo de Dostoyevski. Como un nuevo Raskolnikov, el protagonista, Jonathan Rhys Meyers, asciende a la clase alta sólo para descubrir que es incapaz de vivir sin ella. Sacrifica el amor con tal de continuar con su life style. La trama es tan intensa, manejada tan psicologicamente como la novela, que sin duda Woody Allen es un Dostoyevski del siglo XXI. Es tan grande la admiración que siente por el ruso que en ocasiones su protagonista aparce leyendo la novela aludida en la versión de Penguin. Y es prescisamente con esa novela que se inaugura la novela moderna.

Después aparecerá Scoop (2007), la segunda de la saga con Johanson. Aquí el papel de la actriz es diferente. Allen vuelve a la comedia y contrasta a la sensual, provocativa e insegura Scarlet a una tontita, medio ingenua y simpática rubia que aspira a convertirse en periodista. Aquí Allen comienza su acto de prestigitador al recurrir a films anteriores para confeccionar su trama y su persona. Conocido ahora como Splendini, un mago, Woody nos recuerda al que aparece en Historias de Nueva York. Quien desaparece en un truco a la mamá del eterno edipo allenesco. También toma prestado del mago que aparece en El escorpión de Jade. Hasta este momento personajes alegoricos. Pero que en Scoop se convierte en el protagonista de su propia historia. El humor de Splendini toma mucho del ladronzuelo de Small Time Crooks. Que requiere mucho del chistorete. Una más de las formas de nerviososmo de Woody.

Sin ser una obra maestra, Scoop es una gran comedia. Digna de no dejarse pasar. Aquí vuelve a la intriga manejada en Match Point, pero desde la ligereza, no por eso menos profunda. Pero si en el anterior retrato nos hacercaba a la novela policiaca psicologica, ahora parece una historia a la Scoobie Doo. Con la belleza de Scarlet como marco perfecto para ahora develarnos un Londres que empieza a no resultarle tan agradable al director. Un londres al que se atrevió a cambiar por su adorado Nueva York.